Is. 60,1-6. La gloria del Señor amanece sobre ti
Ef. 3,2-33.5-6. Los gentiles son también coherederos de la promesa
Mt. 2,1-12. Cayendo de rodillas, lo adoraron
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Reflexión: Seguir la estrella
Se habla hoy mucho de crisis de fe religiosa, pero apenas se dice algo sobre la crisis del sentimiento religioso. Y, sin embargo, como apunta algún teólogo, el drama del hombre contemporáneo no es, tal vez, su incapacidad para creer, sino su dificultad para sentir a Dios como Dios. Incluso los mismos que se dicen creyentes parecen estar perdiendo capacidad para vivir ciertas actitudes religiosas ante Dios.
Un ejemplo claro es la dificultad para adorarlo. En tiempos no muy lejanos, parecía fácil sentir reverencia y adoración ante la inmensidad y misterio insondable de Dios.
Para adorar a Dios es necesario sentirnos criaturas, infinitamente pequeños ante El, pero infinitamente amados. Admirar su grandeza insondable y gustar su presencia cercana y amorosa que envuelve todo nuestro ser. La adoración es admiración. Es amor y entrega. Es rendir nuestro ser a Dios y quedarnos en silencio agradecido y gozoso ante El, admirando su misterio desde nuestra pequeñez e insignificancia.
Nuestra dificultad para adorar proviene de raíces diversas. Quien vive aturdido interiormente por toda clase de ruidos y zarandeado por mil impresiones pasajeras sin detenerse nunca ante lo esencial, difícilmente encontrará «el rostro adorable» de Dios.
Para adorar a Dios es necesario detenerse ante el misterio del mundo y saber mirarlo con amor. Quien mira la vida amorosamente hasta el fondo, comenzará a vislumbrar las huellas de Dios antes de lo que sospecha.
Por otra parte, sólo Dios es adorable. Ni las cosas más valiosas ni las personas más amadas son dignas de ser adoradas como El. Por eso hay que ser libre interiormente para poder adorar a Dios de verdad.
Esta adoración a Dios no aleja del compromiso. Quien adora a Dios lucha contra todo lo que destruye a ese hombre que es su «imagen sagrada». Quien adora al Creador respeta y defiende todo lo que vive. Están íntimamente unidas adoración y solidaridad, adoración y ecología. Se entienden las palabras del gran científico y adorador que fue Teilhard de Chardin: «Cuanto más hombre se haga el hombre, más experimentará la necesidad de adorar».
El relato de los Magos nos ofrece un modelo de auténtica adoración. Estos sabios saben mirar el cosmos hasta el fondo, captar sus signos, acercarse al Misterio y ofrecer su humilde homenaje a ese Dios encarnado en nuestra vida.