- Is. 50,4-7. No escondí el rostro a los ultrajes. Sabía que no quedaría defraudado.
- Filp. 2,6-11. Se humilló así mismo; por eso Dios lo exaltó, sobre todo.
- Lc. 22,14—23,56. Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros
Reflexión:
- DIOS NO ES SÁDICO. Lo crucificaron. No son pocos los cristianos que entienden la muerte de Jesús en la cruz como una especie de «negociación» entre Dios Padre y su Hijo. Según una determinada manera de entender la crucifixión, el Padre, justamente ofendido por el pecado de los hombres, exige para salvarlos una reparación que el Hijo le ofrece entregando su vida por nosotros.
- Si esto fuera así, las consecuencias serían gravísimas. La imagen de Dios Padre quedaría radicalmente pervertida, pues Dios sería un ser justiciero, incapaz de perdonar gratuitamente; una especie de acreedor implacable que no puede salvarnos si no se salda previamente la deuda que se ha contraído con él. Sería difícil evitar la idea de un Dios «sádico» que encuentra en el sufrimiento y la sangre un «placer especial», algo que le agrada de manera particular y le hace cambiar de actitud hacia sus criaturas.
- Este modo de presentar la cruz de Cristo exige una profunda revisión. En la fe de los primeros cristianos, Dios no aparece como alguien que exige previamente sufrimiento y sangre para que su honor quede satisfecho y pueda así perdonar. Al contrario, Dios envía a su Hijo sólo por amor y ofrece la salvación siendo nosotros todavía pecadores. Jesús, por su parte, no aparece nunca tratando de influir en el Padre con su sufrimiento para compensarle y obtener así de él una actitud más benévola hacia la Humanidad.
- Entonces, ¿quién ha querido la cruz y por qué? Ciertamente, no el Padre que no quiere que se cometa crimen alguno y menos contra su Hijo amado, sino los hombres que rechazan a Jesús y no aceptan que introduzca en el mundo un reinado de justicia, de verdad y fraternidad. Lo que el Padre quiere no es que le maten a su Hijo, sino que su Hijo lleve su amor a los hombres hasta las últimas consecuencias. Dios no puede evitar la crucifixión, pues para ello debería destruir la libertad de los hombres y negarse a sí mismo como Amor. Dios no quiere sufrimiento y sangre, pero no se detiene ni siquiera ante la tragedia de la cruz, y acepta el sacrificio de su Hijo querido sólo por su amor insondable a los hombres. Es lo que celebramos los cristianos esta Semana llamada Santa.