
- Hech. 2,1-11. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
- I Co. 12,3-7.12-13. Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, formamos un solo cuerpo.
- Jn.20,19-23. Como el Padre me ha enviado, os envío yo; recibid el Espíritu Santo.
Reflexión:
- Pentecostés es el cumpleaños de la Iglesia. Siempre nos cuesta un poco hablar del Espíritu Santo. Identificamos con mayor facilidad la figura del Padre y también la del Hijo. Por la tercera persona de la Trinidad es por la que la Iglesia puede realizar su misión; por el Espíritu es por quien recibimos la gracia en el bautismo y en la confirmación; el Espíritu Santo es la fuerza motriz de la Iglesia. De la misma manera que el Espíritu, prometido por Jesucristo, descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas, como llamaradas, así invocamos que desciendan sobre nosotros sus dones para que llegue la gracia a todos los confines de la tierra.
- Para recibir este sagrado don, la comunidad se halla reunida, cuando el viento recio y un ruido del cielo resuenan por toda la casa y la vida de los apóstoles se transforma definitivamente. Desapareció el temor, desapareció la limitación y ya no importa que haya en Jerusalén partos, medos o elamitas; la Palabra de Dios llega a cada uno en su propia lengua. Es la gracia del Espíritu, como dice el apóstol: si no es bajo la acción del Espíritu Santo, nadie puede reconocer que Jesús es el Señor.
- El Espíritu sólo viene cuando anhelamos su venida, y se manifiesta en cada uno de nosotros, pero para el bien común, como nos recuerda San Pablo. Los apóstoles tenían miedo, las puertas de la casa y la de sus corazones se mantienen cerradas a cal y canto por miedo. No les falta razón: su maestro ha sido crucificado, ha muerto envuelto por la soledad y la burla de sus captores. El mismo crucificado aparece ante ellos, les exhala su aliento y les transmite el Espíritu Santo; han recibido la paz con el saludo del Señor resucitado y el Espíritu que les dará la fuerza necesaria para superar miedos y limitaciones.
- Profundicemos hoy sobre el papel que juega el Espíritu Santo en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestra Iglesia. No es un Espíritu que venga precisamente a adormecernos sino a despertarnos, a darnos valor y coraje para ser verdaderos transmisores de la buena nueva. El miedo de los apóstoles desapareció, se desvanecieron también sus limitaciones porque el Espíritu todo lo puede.