
- Ex. 32,7-11.13-14. Se arrepintió el Señor de la amenaza que había prometido.
- I Tim. 1,12-17. Cristo vino para salvar a los pecadores
- Lc. 15,1-32. Habrá más alegría en el cielo por un pecador arrepentido.
Reflexión:
- Pocas veces un título desacertado habrá desenfocado tanto un relato como el de esta incomparable parábola mal titulada del «hijo pródigo». En realidad, se trata de la parábola de un padre bondadoso que desea lograr un verdadero hogar sin conseguirlo. Unas veces, porque el hijo menor se marcha a vivir su aventura. Otras, porque el hijo mayor no quiere entrar y recibir al hermano. Esta es la historia de los hombres. La tragedia de un hogar que parece imposible construir.
- El peso de una lectura unilateral y el desacierto de un mal título han atraído nuestra atención sobre la figura del hijo menor. Sin embargo, en la dinámica del pensamiento de Jesús, es sin duda, la conducta del mayor la que debe, sobre todo, interpelarnos.
- La parábola nos describe un fuerte contraste. Al final del relato, el pecador que se había alejado del hogar, termina celebrando una gran fiesta junto al padre. Por el contrario, el hijo mayor, el hombre recto y observante que nunca marchó de casa y jamás desobedeció una orden de su padre, se queda fuera del hogar, sin participar en la fiesta.
- La enseñanza de Jesús es desconcertante. Lo verdaderamente decisivo para entrar en la fiesta final es saber reconocer nuestras equivocaciones, creer en el amor de un Padre y, en consecuencia, saber amar y perdonar a los hermanos.
- Y ésta es la tragedia del hermano mayor. Todo lo hace bien. No se aleja de casa. Sabe cumplir todas las órdenes de su padre. Pero no sabe amar. No sabe entender el amor de su padre. No sabe comprender y amar al hermano. Se incapacita a sí mismo para celebrar una fiesta fraterna.
- Un hombre puede adentrarse por caminos de pecado, sentir la esclavitud del mal, vivir la experiencia del vacío, y descubrir de nuevo la necesidad de una vida nueva, distinta y mejor, siempre posible por el perdón gratuito de Dios. Y, aunque parezca paradójico, se puede vivir una vida rutinaria de práctica y observancia religiosa, sin verdadera fe en Dios Padre y sin amor fraternal a los hermanos.
- Una cosa es clara. Sólo entrará en la fiesta final quien comprenda que Dios es Padre de todos y sepa acoger, comprender y perdonar a sus hermanos. Ese es el mensaje de Jesús.