Domingo 10 de noviembre de 2019 – XXXIIº del T.O. – Creer en la vida

Viuda y maridos
Viuda y maridos
  1. II Mac. 7,1-2.9-14. El Rey del Universo nos resucitará para una vida eterna.
  2. II Tes. 2,16-3,5. Que el Señor os de fuerzas para toda clase de palabras y obras buenas.
  3. Lc. 20,27-38. No es Dios de muertos, sino de vivos.

 

Hoja litúrgica

Lectio divina

Creer en la vida

 

Reflexión:

  • A lo largo de los siglos se han divulgado formas muy diversas de «imaginar» el cielo. A veces se ha considerado el paraíso como una especie de «país de las maravillas» situado más allá de las estrellas, olvidando prácticamente a Dios como fuente del cumplimiento definitivo del ser humano.
  • Otras veces, por el contrario, se ha insistido casi exclusivamente en la «visión beatífica de Dios», como si la contemplación de la esencia divina excluyera o hiciera superflua toda otra felicidad o experiencia placentera que no fuera la comunión de Dios con las almas.
  • Se habla también con frecuencia de la «paz eterna» que expresa bien el fin de las fatigas de esta vida, pero que puede reducir indebidamente el rico contenido de la plenitud final a una existencia inerte, monótona y poco atractiva.
  • La teología contemporánea es muy sobria al hablar del cielo. Los teólogos se cuidan mucho de describirlo con representaciones ingenuas. Los teólogos acuden, sobre todo, al lenguaje del amor y de la fiesta.
  • El amor es la experiencia más honda y plenificante del ser humano. Poder amar y poder ser amado de manera íntima, plena, libre y total: ésa es la aspiración más radical que espera cumplimiento pleno. Si el cielo es algo, ha de ser experiencia plena de amor: amar y ser amados, conocer la comunión gozosa con Dios y con las criaturas, experimentar el gusto de la amistad y el éxtasis del amor en todas sus dimensiones.
  • Pero, «donde se goza el amor, nace la fiesta». Sólo en el cielo se cumplirán plenamente esas palabras de san Ambrosio de Milán. Allí será «la fiesta del amor reconciliador de Dios». La plenitud de la creatividad y de la belleza; el gozo de la libertad total.
  • Los cristianos de hoy miramos poco al cielo. No sabemos levantar nuestra mirada más allá de lo inmediato de cada día. No nos atrevemos a esperar mucho de nada ni de nadie, ni siquiera de ese Dios revelado como Amor infinito y salvador en Cristo resucitado. Se nos olvida que Dios «no es un Dios de muertos, sino de vivos». Un Dios que sólo quiere una vida dichosa y plena para todos y por toda la eternidad.