Domingo 9 de agosto de 2020 – XIXº del T.O. – No tengáis miedo

  1. I R. 19,9. 11-13. Aguarda al Señor en el monte
  2. Rom. 9,1-5. Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos.
  3. Mt. 14,22-23. Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

 

Hoja litúrgica

Desde la oración

 

Reflexión:

  • Mateo describe con rasgos certeros la situación: los discípulos de Jesús se encuentran solos «lejos de tierra firme», en medio de la inseguridad del mar; la barca está «sacudida por las olas», desbordada por las fuerzas adversas; «el viento es contrario», todo se vuelve en contra; es «noche cerrada», las tinieblas impiden ver el horizonte.
  • Así viven no pocos creyentes el momento actual. Ya no hay seguridad ni certezas religiosas; todo se ha vuelto oscuro y dudoso. La religión está sometida a toda clase de acusaciones y sospechas. Se habla del cristianismo como una «religión terminal» que pertenece al pasado; se dice que estamos entrando en una «era poscristiana» (E. Poulat). En algunos nace el interrogante: ¿no será la religión un sueño irreal, un mito ingenuo llamado a desaparecer? Este es el grito de los discípulos al atisbar a Jesús en medio de la tempestad: «Es un fantasma».
  • La reacción de Jesús es inmediata: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Animado por estas palabras, Pedro hace a Jesús una petición inaudita: «Señor si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua». No sabe si Jesús es un fantasma o alguien real, pero quiere comprobar que se puede caminar hacia él caminando, no sobre tierra firme sino sobre el agua, no apoyándose en argumentos seguros sino en la debilidad de la fe.
  • Así vive el creyente su adhesión a Cristo en momentos de crisis y oscuridad. No sabemos si Cristo es un fantasma o alguien vivo y real, resucitado por el Padre para nuestra salvación. No tenemos argumentos científicos para comprobarlo, pero sabemos por experiencia que se puede caminar por la vida sostenidos por la fe en él y en su Palabra.
  • No es fácil vivir de esta fe desnuda. El relato evangélico nos dice que Pedro «sintió la fuerza del viento», «le entró miedo» y «empezó a hundirse». Es un proceso muy conocido: fijamos sólo en la fuerza del mal, dejamos paralizar por el miedo y hundimos en la desesperanza.

Pedro reacciona y, antes de hundirse del todo grita: «Señor sálvame». La fe es muchas veces un grito, una invocación, una llamada a Dios: «Señor sálvame». Sin saber ni cómo ni por qué, es posible entonces percibir a Cristo como una mano tendida que sostiene nuestra fe y nos salva, al tiempo que nos dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?»