- Ez. 17,22-24. Ensalzo los árboles humildes.
- II Cor. 5,6-10. En destierro o en patria, nos esforzamos por agradar al Señor.
- Mc. 4,26-34. Era la mas pequeña de las semillas, pero es la más alta de las hortalizas.
Reflexión:
- A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado.
- Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, los anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él. Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni e1 éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
- Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como «un grano de mostaza» que germina secretamente en el corazón de las personas. Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.
- En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la receta. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús.
- Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que sólo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.
Alza la mano y siembra, con un gesto impaciente,
en el surco, en el viento, en la arena, en el mar…
Sembrar, sembrar, sembrar, infatigablemente:
en mujer, surco o sueño, sembrar, sembrar, sembrar…
Yérguete ante la vida con la fe de tu siembra;
siembra el amor y el odio, y sonríe al pasar…
La arena del desierto y el vientre de la hembra
bajo tu gesto próvido quieren fructificar…
Desdichados de aquellos que la vida maldijo,
que no soñaron nunca ni supieron amar…
Hay que sembrar un árbol, un ansia, un sueño, un hijo.
Porque la vida es eso: ¡sembrar, sembrar, sembrar!