Domingo 8 de agosto de 2021 – XIXº de T.O. – ¡Menos mal que estás!

  1. I R. 19,4-8. Con la fuerza de aquel aliento caminó hasta el Monte Horeb.
  2. Ef. 4,30-5,2. Desterrad de vosotros la amargura y lo enfados.
  3. Jn.6,41-51. Vivid en el amor con Cristo.

Hoja litúrgica

Acoger el pan de Dios para la vida del mundo

Reflexión

  • Dejarse guiar por dios. Nadie puede venir a mí si no lo atrae mi Padre. Jesús se encuentra discutiendo con un grupo de judíos. En un determinado momento, hace una afirmación de gran importancia: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre». Y más adelante continúa: «el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí».
  • La incredulidad empieza a brotar en nosotros desde el mismo momento en que empezamos a organizar nuestra vida de espaldas a Dios. Así de sencillo. Dios va quedando ahí como algo poco importante que se arrincona en algún lugar olvidado de nuestra vida. Es fácil entonces vivir «pasando de Dios».
  • Incluso los que nos decimos creyentes estamos perdiendo capacidad para escuchar a Dios. No es que Dios no hable en el fondo de las conciencias. Es que, llenos de ruido y autosuficiencia, no sabemos ya percibir su presencia callada en nosotros.
  • Quizás sea ésta nuestra mayor tragedia. Estamos arrojando a Dios de nuestro corazón. Nos resistimos a escuchar su llamada. Nos ocultamos a su mirada amorosa. Preferimos «otros dioses» con quienes vivir de manera más cómoda y menos responsable.
  • Sin embargo, sin Dios en el corazón, quedamos como perdidos. Ya no sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos. No reconocemos qué es lo esencial y qué lo poco importante. Nos cansamos buscando seguridad y paz, pero nuestro corazón sigue inquieto e inseguro.
  • Se nos ha olvidado que la paz, la verdad y el amor se despiertan en nosotros cuando nos dejamos guiar por Dios. Todo cobra entonces nueva luz. Todo se empieza a ver de otra manera más amable y esperanzada.
  • Hace ya algunos años, el concilio vaticano II hablaba de la «conciencia» como «el núcleo más secreto» del ser humano, el «sagrario» en el que la persona «se siente a solas con Dios», un espacio interior donde «la voz de Dios resuena en su recinto más íntimo». Bajar hasta el fondo de esta conciencia, escuchar los anhelos más nobles del corazón, es el camino más sencillo para escuchar a Dios. Quien escucha esa voz interior, se sentirá atraído hacia Jesús.