
- Sab. 9,13-18. ¿Quién se imagina lo que el Señor quiere?
- Fil. 9-10.12-17. Recóbralo, no como esclavo, sino como hermanos querido.
- Lc.14,25-33. El que no renuncia todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
Reflexión:
- Hay algo que resulta escandaloso e insoportable a quien se acerca a Jesús desde el clima de autosuficiencia y afirmación personal del hombre del siglo xx. Jesús es radical a la hora de pedir una adhesión a su persona. El hombre debe subordinarlo todo al seguimiento incondicional a Jesús.
- No se trata de un «consejo evangélico» para un grupo de cristianos selectos o una élite de esforzados seguidores. Es la condición indispensable de todo discípulo. Las palabras de Jesús son claras y rotundas. «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».
- El hombre siente desde lo más hondo de su ser el anhelo de la libertad. Y, sin embargo, hay una experiencia que se sigue imponiendo generación tras generación: el hombre parece condenado a ser «esclavo de ídolos». Incapaces de satisfacernos a nosotros mismos, nos pasamos la vida entera buscando algo que responda a nuestras aspiraciones y deseos más fundamentales.
- Cada uno buscamos un «dios», algo que nos parece esencial para vivir, algo que inconscientemente convertimos en lo esencial de nuestra vida. Algo que nos domina y se adueña de nosotros profundamente. Paradójicamente, buscamos ser libres, independientes y autónomos, pero, al mismo tiempo, parece que no podemos vivir sin entregarnos a algún «ídolo» que oriente y determine nuestra vida entera.
- Estos ídolos son muy diversos. Dinero, salud, éxito, poder, prestigio, sexo, tranquilidad, felicidad a toda costa… Cada uno sabe el nombre de su «dios privado» al que da culto y rinde secretamente su ser.
- Por eso, cuando en un gesto de «ingenua libertad» hacemos algo «porque nos da la gana», debemos preguntarnos honradamente qué es lo que en aquel momento nos domina y a quién estamos obedeciendo en realidad.
- La invitación de Jesús es provocativa. Sólo hay un camino para acercarnos a la libertad y sólo lo entienden los que se atreven a seguir a Jesús incondicionalmente: vivir en obediencia total a un Dios Padre, origen y centro de referencia de toda vida humana, y servir desinteresadamente a los hombres sentidos como hermanos.