- Eclo. 35,15-17.20-22. La oración del humilde atraviesa las nubes.
- II Tim. 4,6-8.16-18. M está reservada la corona de la justicia.
- Lc.18,9-14. El publicano bajo a su casa justificado, y el fariseo no.
Reflexión:
- El Señor nos presenta hoy la parábola del fariseo y el publicano. El objetivo de la misma es mostrarnos el modo correcto de relacionarnos con Dios, que es la gratuidad. Nos quiere enseñar que Dios es gratuito y la salvación, también.
- Las obras no nos salvan; no son la causa de la salvación, sino su consecuencia, como hemos visto en domingos anteriores: una enseñanza fundamental. Hacemos obras buenas, porque primero Dios nos salva y nos cambia.
- Para darnos esta gran enseñanza, Jesús nos presenta otro contraste enorme: un fariseo cumplidor de la Ley, que no se salva, y un publicano muy pecador, que se salva.
- Para entender bien esta parábola, desechemos la idea, bastante extendida, de que los fariseos eran gente mala. Si pensamos que eran hipócritas y malos, ya están descalificados y no hay más que hablar. Con eso, la parábola pierde toda su fuerza. Ciertamente había fariseos hipócritas y amantes del dinero. Pero en conjunto eran un grupo religioso que buscaba una vida de mayor fervor, por el fiel cumplimiento de la Ley.
- Jesús no polemiza con los fariseos hipócritas, sino con los buenos. Lo que descalifica en ellos es su modo mercantil de relacionarse con Dios: quieren conquistar a Dios con sus obras buenas; pretenden merecer la salvación, que nadie puede merecer, porque es siempre gratuita.
- El publicano no tiene méritos, por lo cual se limita a presentarse humildemente ante Dios. En realidad, nadie los tiene; lo que ocurre es que creemos tenerlos. Muchas veces somos el fariseo bueno. Es tremendo el contraste de un pecador que se salva sin méritos y de un cumplidor de la ley que no se salva, aunque tiene méritos.
- No confundamos el orgullo normal de creerse superior con el orgullo religioso del que quiere conquistar a Dios con sus méritos. En este texto no queda clara esta distinción. Lucas ha estropeado en parte el significado profundo de la parábola con la moraleja final, en la medida en que la ha transformado en la contraposición entre la soberbia y la humildad. La parábola es mucho más que eso. Hemos de pensar más en el orgullo religioso de la autosalvación que en el orgullo normal.