Domingo 17 de mayo de 2020 – VIº Domingo de Pascua – Dar razón de nuestra esperanza

  1. Hec. 8,5-8.14-17. Les imponían las manos t y recibían el E.S.
  2. I P. 3,15-18. Muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu
  3. Jn.14,15-21. Le pediré al Padre que os de otro Paráclito.

 

Hoja litúrgica

La fiesta del encuentro en… el amor realizado

 

Reflexión:

  • La verdad es que los humanos somos bastante complejos. Cada individuo es un mundo de deseos y frustraciones, ambiciones y miedos, dudas e interrogantes. Con frecuencia no sabemos quiénes somos ni qué queremos. Desconocemos hacia dónde se está moviendo nuestra vida. ¿Quién nos puede enseñar a vivir de manera acertada?
  • Aquí no sirven los planteamientos abstractos ni las teorías. No basta aclarar las cosas de manera racional. Es insuficiente tener ante nuestros ojos normas y directrices correctas. Lo decisivo es el arte de actuar día a día de manera positiva, sana y creadora.
  • Para un cristiano, Jesús es siempre su gran maestro de vida, pero ya no le tenemos a nuestro lado. Por eso, cobran tanta importancia estas palabras del evangelio: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad».
  • Necesitamos que alguien nos recuerde la verdad de Jesús. Si la olvidamos, no sabremos quiénes somos ni qué estamos llamados a ser. Nos desviaremos del evangelio una y otra vez. Defenderemos en su nombre causas e intereses que tienen poco que ver con Jesús. Nos creeremos en posesión de la verdad al mismo tiempo que la desfiguramos.
  • Necesitamos que el Espíritu Santo active en nosotros la memoria de Jesús, su presencia viva, su imaginación creadora. No se trata de despertar un recuerdo del pasado: sublime, conmovedor, entrañable, pero recuerdo. Lo que el Espíritu del resucitado hace con nosotros es abrir nuestro corazón al encuentro personal con Jesús como alguien vivo. Sólo esta relación afectiva y cordial con Jesucristo es capaz de transformamos y generar en nosotros una manera nueva de ser y de vivir. Al Espíritu se le llama en el cuarto evangelio «defensor» o «paráclito» porque nos defiende de lo que nos puede destruir. Hay muchas cosas en la vida de las que no sabemos defendemos por nosotros mismos. Necesitamos luz, fortaleza, aliento sostenido. Por eso, invocamos al Espíritu. Es la mejor manera de ponemos en contacto con Jesús y vivir defendidos de cuanto nos puede desviar de él.