- Is. 61,1-2.10-11. Desbordo de gozo en el Señor
- I Tes. 5,16-24. Que vuestro espíritu y cuerpo, se mantenga hasta la venida del Señor.
- Jn. 1,6-8.19-28. En medio de vosotros hay uno que no conocéis.
Reflexión
- Testigos que apuntan hacia lo alto. ¿Cuántas veces hemos oído el tradicional proverbio chino que dice que cuando el sabio señala la luna, el necio se queda mirando el dedo?
- De esto se trata hoy. De testigos que apuntan a lo esencial. A lo “alto”. Vigías que apuntan a la vida que llega, la que adviene: Isaías y su anuncio profético. El de la buena noticia concreta. Esta vez no solo teñida de denuncia, sino también vestida de belleza y encanto (novia, corona, jardín, semillas…). Pablo y la alegría del evangelio. María contagiada por su pueblo en su canción de liberación asumida personalmente. Juan, testigo y vocero de la Luz que viene. Porque el que llega con el Espíritu bautiza soplando polvo y paja. Nueva conversión a la que somos llamados
- Huir del individualismo. También hoy es importante caer en la cuenta de quiénes son los que testifican. Hay muchos anuncios de hoy, tan inundado de voceros, protagonistas, personajes y personajillos que, insistiendo tanto en su dedo levantado, lo que hacen es estar apuntándose a sí mismos. Y más que anunciar a algo o a alguien, dirigen la señal obligatoria en la dirección equivocada. Hacia sí mismos. El yo que quiere ocultar al Tú. En este último caso, una persona: Jesús de Nazaret.
- Es el virus del individualismo. Frases de hoy día –entre muchas- que nos infectan: “paso ampliamente”, “es tu problema” “¿con IVA o sin IVA?”, etc. O sentimientos que terminan confinándonos en la propia “familia” o grupo, olvidando la amplia familia humana, y a los que más necesidad tienen de ella.
- La Humildad, cimiento de todo el edificio (Santa Teresa). Lo que caracteriza a todos los testigos propuestos es la humildad. Esto ya es un signo de autenticidad. Humildad ya memorizada por el pueblo y resumida al final del evangelio: «Detrás de mí viene Aquel al que no soy digno de desatar la correa de las sandalias». Poco sospechaba entonces Juan que Aquel a quien anunciaba no necesitaba ser servido atándole las sandalias. Era Él mismo quien se agachaba, para ponerse al servicio, a los pies, de los demás. Coherente, humilde y auténtico.