Domingo 25 de octubre de 2020 – XXXº del T.O. – En el amor no se regatea

  1. Ex. 22,20-26. Si explotan a viudas y huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros.
  2. I Tes. 1,5-10. Os convertisteis, abandonando los ídolos, para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo.
  3. Mt. 22,34-40. Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. 

Hoja litúrgica

AMAR

Reflexión:

  • A veces nos refugiamos en el amor de Dios y nos consolamos de nuestras dificultades. Pero a Dios no se le ve, «nadie le ha visto nunca» (1Jn 4,12) y si no amamos al hermano «al que vemos”, ¿cómo vamos a mar a Dios al que no vemos» (1Jn 4,20)? Amar a Dios no es, ni puede ser, olvidar “lo que vemos”: a nuestros hermanos necesitados. Ellos nos inquietan, nos urgen, incluso nos llegan a molestar. No nos provocan, naturalmente el amor. «Si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de particular?» (Mt 5,46). No ama a Dios quien no ama, con obras y de verdad, al hermano. 
  • La primera lectura, tomada del libro del Éxodo es muy explícita: «no oprimir ni vejar al emigrante», «no explotar a las viudas ni a los huérfanos», «no ser usurero al prestar dinero a un pobre…» Forman parte de nuestra propia carne, ¡y nadie desprecia su propia carne! Esta es la enseñanza: el amor al otro es amor a nosotros mismos, ¡porque todos formamos un solo vínculo de humanidad! 
  • No hay un mandamiento principal de la Alianza de Dios con su pueblo, sino el amor. Amor al Señor y amor al hermano. Y con una medida bien concreta: «como yo os he amado» (Jn 15,12). El propio amor con el que amamos al hermano es el mismo amor con que Dios nos ama. No puede haber dos amores, ¡porque solo tenemos un corazón! Somos amados y aprendemos, dócilmente, a amar con ese amor con el que somos creados: el de nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos… ¡y hasta del que no nos quiere bien! 
  • No somos nosotros los que podemos convertir nuestro amor en medida para amar a los demás, sino amarlos, como somos amados, sin medida. “La medida del amor es amar sin medida” (San Juan de la Cruz). Este es el sentido de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,40). 
  • La Eucaristía nos saca de nuestro propio amor, para regalarnos la medida de amor de Jesús, que, resucitado de entre los muertos, nos libra del mal amor de nuestro corazón (1Tes, 1,10). Porque vivimos aguardando la vuelta de Jesús, y al hacer memoria de su muerte, anunciamos su resurrección y suspiramos por su venida: ¡Ven, Señor Jesús!