- Lam. 3,17-26. Es bueno esperar en silencio la salvación de Dios
- Salmo 129. Desde lo hondo a ti grito, Señor
- Jn. 14,1-6. En la casa de mi Padre hay muchas moradas
Reflexión:
- Vivir con perspectiva de horizonte de eternidad. Para muchos es una experiencia que ayuda y hace vivir intensamente cada momento, sabiendo que no es el último momento. Además, la esperanza cristiana nos ayuda a vivir con la confianza de la fe de que nada bueno se pierde, sino que es bendecido por Dios y será reencontrado con plenitud. Está claro que hemos sido hechos para vivir, y que nuestra vida lleva en sí misma una semilla de trascendencia, de eternidad.
- La experiencia de la muerte, deceso y traspaso. Nuestro mundo englobante acaba de vivir de lleno la pandemia de la Covid-19, sintiendo de cerca la crisis humanitaria y hemos tenido que contar diariamente los muertos por centenares. Lo hemos vivido preocupados, consternados y a los que les ha tocado asumir la pérdida de personas amadas les habrá sido muy difícil, con mucha tristeza y soledad, sin velatorios, a veces sin nada o solo con una plegaria-responso. Esto nos ha hecho pensar en la fragilidad de la vida y en la presencia radical de la muerte. En una cultura que no puede esquivar ni esconder la realidad de la muerte, somos más conscientes de ser mortales. Muchas veces nos repetimos expresiones y tópicos así: la vida es así; no es justo; demasiado pronto; cómo es que Dios lo permite…; es el destino; le ha tocado, le ha llegado su hora; se le ha acabado el sufrir… Lo podemos hacer desde la esperanza: Que tenga un buen cielo; Dios le haya perdonado; Que nos veamos en el cielo; ha vivido y amado; demos gracias… Y lo mezclamos. Además, con un sentido de Dios en la vida, el deceso es el traspaso a la vida por siempre, a la eternidad de la Vida con Dios.
- El camino de la vida tiene como horizonte la casa del Padre. Es la certeza de nuestra esperanza. En el evangelio Jesús nos invita a serenar nuestros corazones con la confianza de la fe en Dios: «Creed en Dios y creed también en mí». Está claro que nos descubrimos gracias a los otros y, a los ojos de la fe, gracias a Dios. Está claro que la llave de la fe nos infunde esperanza en la Plenitud: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Está claro que estamos en camino recordándonos que «quien no sabe el camino del mar, puede descubrir y seguir el curso del río». Pero nosotros sí que sabemos el camino. Tenemos. Tenemos en Jesús «el camino y la verdad y la vida”. ¡Estamos bien amparados y salvados! Este día de los Fieles Difuntos, por un lado, nos ayuda a pensar en nuestra propia condición mortal, que nos iguala, y a recordar (=volver a pasar por el corazón) a nuestros seres amados y, por otro, nos ayuda a rezar por ellos llevándolos al corazón de la celebración de la Eucaristía que ofrecemos por ellos, para que el Dios de la Vida los tenga en el cielo.